sábado, 11 de diciembre de 2010

EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO

Lo confieso: Estoy adicto a escribir.

Es como una piquiña que empieza con el revoloteo de las palabras en mi cabeza. En esta paranoia escucho voces. La misma vida me habla en susurros… una palabra, una frase, una oración… Más nada. Sólo la idea. “Ahí te la dejo, brega con eso”, me dice la Musa. Y luego el silencio.

Nunca escribí por el placer de hacerlo. Pero eso fue hasta recientemente, cuando el de allá arriba, ese que algunos dicen que esta pasa’o, me lo dijo: “Si quieres dar un giro a tu vida, escribe para ti”. Y es que ya son 26 años escribiendo para otros…

Esta afición de escribir me ha  afinado el sentido de la audición, la retentiva de lo que percibo con la vista, porque de cualquier lado puede salir la idea.

Papá Dios me lo había dicho antes, -lo de ponerme a escribir- usando a esas musas a las que sabe que más tarde que temprano les voy a hacer caso.

Fue por sus caminos misteriosos que vinieron las Musas. Siempre les admiré su capacidad de  moldear la palabra,  pero yo seguía ahí, sin mover un dedo. De adolescente, mi intuitiva amiga Noris, me dijo que ese era mi destino. Escudriñé cada entretejer de la palabra escrita de compañeras  como Gloria Borrás  y Mayra Montero, que a escondidas de Darío Carlo, nuestro viejo supervisor, redactaba su primera novela entre los editoriales de aquel periódico que tanto añoro. Admiro la narrativa de Ana Teresa Toro (Ana Teresa de las Letras, le digo yo), tan joven y con un inmenso talento para la redacción. Vi a mi amiga Stela Soto convertirse en novelista y me disfruto la chispa y la irreverencia de la colega Uka Green, que recién publica su libro.

Desde que recuerdo, siempre me fijé en los trazos de escritura. Me encantaba la letra de mi padre, que sólo tuvo un cuarto grado, pero la comparaba con la caligrafía de los antiguos constitucionalistas. Trataba de imitar su letra, teniendo sumo cuidado en cada trazo, viendo cómo deja su rastro la tinta en el papel. No evado halagar una  letra hermosa.

Me gusta sentir la textura del papel entre mis dedos, el sonido de una página al pasarla. Prefiero expresar el sentimiento a puño y letra, como lo hacían los amantes a la antigua. Soy de esa escuela.



Escribía cuando la circunstancia lo ameritaba. Comencé a notar que mi palabra lo mismo hacia reír a carcajadas, que llorar con un nudo en la garganta. Y que podía hacerlo a mi antojo. Pero si no es por la insistencia de Maricarmen, mi esposa, no lo tomo en serio. Nadie como ella para persuadirme.

La vida, te va diciendo el momento correcto. Ahora o nunca. Y fue hace dos meses. Al preparar este  portal al que llamé Hispano y Parlante, escribí la fecha: 26 de julio, y añadí “para tener idea del día en que comenzó todo”… Le llamé Hispano y Parlante porque quiero que esta palabra llegue a todos los latinos, que no tenga fronteras. Por eso en mis notas trato de no mencionar datos regionalistas que limiten la imaginación del lector.

A mis 23 años, en mi primer trabajo profesional, caminé por primera vez por los estrechos pasillos entre los rodillos de una prensa de periódico. Aquel olor a la tinta del papel húmedo de los primeros ejemplares de la edición,  siempre estará en mi memoria. Eso te embriaga. Después, no hay remedio.  



“Me gusta sentir la textura del papel entre mis dedos, el sonido de una página al pasarla. Prefiero expresar el sentimiento a puño y letra, como lo hacían los amantes a la antigua.”



Luego de haber salir vivo de tres redacciones de periódicos y una de revista comienzo a descubrir que más que ser un apóstol de la información, soy narrador de historias. Con la palabra, compañera inmutable, de cómplice.

“Pienso, luego escribo”, podría decir, como parafraseando la frase  “Cogito, ergo sum”, el “Pienso, luego existo”, del filósofo  Descartes. Las historias, como las canciones, viajan por el mundo y dejan de ser de uno mismo, para ser de quienes la cantan o la cuentan, según sea el caso.

Cuando comencé en esto hace dos meses, no tenía idea de lo lejos que llega la palabra a juzgar por el perfil de esos primeros 200 lectores que en estos primeros sesenta días me han dado su confianza, -alguno de lugares tan distantes como Vietnam, Italia y Canadá, Uruguay; otros, más cercanos, como el Caribe y de la comunidad latina en Estados Unidos.

Me honra cada comentario de “me reí”, o "como si fuera yo" o “lloré con lo que escribiste”. Cada rostro – los conocidos y los no conocidos-, cada mensaje a mi correo, cada elogio, me da nuevas fuerzas, y me hace entender que mis experiencias son las de otros, que no importa la distancia, nos une una misma sangre, un mismo idioma, unas mismas vivencias y circunstancias.  

Escribo y me lo debía, y se lo debía a ese Creador, a las musas y a la vida misma.  Y comienzo a entender que en mi vida, la palabra será camino hacia otras posibilidades, hasta ahora no imaginables. Te dice caso, Diosito y Tú obras por caminos misteriosos. Llegará el día en que me harás entender por qué escribo estas notas y miraré hacia atrás, a ese 26 de julio en que tomé en serio este don que dicen que tengo y pensaré: No ha sido en vano. 

© Derechos Reservados Carlos Rubén Rosario 2010

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