martes, 7 de diciembre de 2010

Cabellos rizados, caderas tintineantes... pies descalzos


Estoy en trance. Así me deja siempre. En medio del bullicio de aquel pub, bocinas ensordecedoras, calor y sudores, licor y desinhibiciones y conversaciones en alto volumen, allí estaba ella, otra vez, en la pantalla de los monitores.

Entonces toda mi atención se concentra en la imagen y de inmediato el mundanal ruido parece disminuir a mi alrededor hasta escucharse lejos. Las voces se vuelven casi imperceptibles, como cuando escuchas el mundo exterior estando bajo el agua. Y allí estaba yo, absorto. Mirándola, mientras la chica de los rizos rubios, la que no pide que todos los días sean de sol, se multiplicaba en los tres minutos siguientes en todos los monitores del salón.

Recuerdo que alguna vez la vi en un estadio, con boletos en arena... Bueno, en realidad vi una imagen a lo lejos en un escenario de impresionantes luces. Mi esposa había comprado dos boletos para ella y nuestro hijo, pero una fractura le impidió ir. En aquel entonces,  en que se confesaba bruta, ciega y sordomuda, su único atractivo era su guitarra y las letras de sus canciones.

Momentos antes, en el portón de acceso directo al terreno de juego, una estampida humana que empujaba para que abrieran me hizo temer morir aplastado tratando de poner a salvo a mi hijo.

Allí estábamos, el, de cinco años y yo, en mis medianos treinta, en nuestra primera salida juntos de sábado en la noche entre todas aquellas siluetas de parejas de jóvenes enamorados en la penumbra del concierto.  Pasé la velada llevándolo de silla en silla,  levantándolo en mis hombros para que pudiera ver lo que pudiera de aquella roquera  veinteañera que se veía como un punto de luz entre las sombras del mar de gente que teníamos de frente. Frustrado por la desilusión del niño, nos fuimos antes de concluir el concierto.

Ese fue mi primer recuerdo que tengo de ella, la chica que ahora me coquetea en la pantalla de los monitores... la de los cabellos rizados, la de las caderas tintineantes, la de los pies descalzos. 

Siempre le he admirado su intelecto, su labor con los niños y su capacidad para hallar la letra precisa al expresar en una métrica y en música toda la amalgama del sentimiento humano y las complicaciones del amor. Pero no es en eso en lo que pienso cuando la veo multiplicada en la pantalla. Contengo la respiración, cuando la veo danzar, contonearse, vibrar como secadora en 'jai' al ritmo de los seis percusionistas que comparten escena con ella. 

Sus diminutos senos se dejan entrever en el brasiere de lentejuelas doradas que deja descubierto la topografia de su abdomen, perfectamente delineado. Nunca había visto a nadie poner a vibrar así sus abdominales.  Los ceñidos pantalones dejan ver el contorno de sus piernas, el pecaminoso caderamen y su caribeño nalgaje.  Sobre la cintura al descubierto parece dejar caer una cadenilla que se detiene en su  ancho portento "en ríos de azúcar y de melaza".

Las manos en alto del público que la reclama, alumbrado por luces amarillas y anaranjadas,  hacen ver como si fueran ánimas en pena de aquel  purgatorio simulado. Exuda sensualidad latina al bailar. Deja soltar su progesterona por todos los poros de su hembrismo caribeño...  porque "en Barranquilla se baila así".

Es pequeña, pero da por veinte. Por momentos no parece humana. Es desafiante. Sobre todo, cuando se arquea a sus anchas sosteniéndose del micrófono de pedestal, o hace galas de su escalada por las bocinas al final de la canción esa, en la que jadea al final (porque parece asmática la niña). O cuando se le enrosca de espaldas, como gata, al cantante que le acompaña, quien también tiene que aguantar como macho cuando en un golpe le choca su pierna con un caderazo. Ella es cruel. Y punto.

Es la tortura. Ahí está en ese video en que sale embardunada como foca contaminada en aceite negro. (­¿...O será Bosco?) Es el pecado que se arrastra y se contorsiona sobre una mesa como pez sin agua. Se vuelve a culipandear sin muestra de cansancios o de arrepentimientos. Se pasa sus dedos por sobre su rizada cabellera de sereta ensortijada y pone sus manos a los lados mientras hace unos movimientos caderipélvicos, como queriendo ofrecer al espectador toda su esencia. Es salvaje.

"Sus diminutos senos se dejan entrever en el brasiere de lentejuelas doradas que deja descubierto la topografia de su abdomen, perfectamente delineado. Nunca había visto a nadie poner a vibrar así sus abdominales. Los ceñidos pantalones dejan ver el contorno de sus piernas, el pecaminoso caderamen y su caribeño nalgaje."
Las llamaradas se levantan en torno a  sus sudadas espaldas. Mientras ella sigue así, insistente, con mirada coqueta, mueve alternadamente su cintura, caderas y nalgas –en un rítmico reto- hacia atrás, hacia delante, hacia los lados... Esa cadencia, que recuerda su ascendencia arábigo-caribeña, hace que uno desee quemarse en aquel infierno simulado por luces, amarillas, anaranjadas y rojas y el delirante público de ánimas pérdidas.  Es perversa.

Y allí estoy yo. Absorto. Casi sin respirar. Inconsciente. En un letargo. Hace rato deje de jugar con el sorbeto y el hielo del refresco. La mirada rebusca, como queriendo enfocar. Como un reflejo, la ceja izquierda se tiembla en un gesto involuntario, frunzo el entrecejo y me muerdo el labio inferior. Siempre lo hago, cuando me pongo en estas condiciones.

De momento escucho un "¿Y quééé? Helloooo! Bájate de la nube". 


La voz me suena familiar y el chasquido de los dedos frente a mi cara me saca de dudas. Vuelvo a mis realidades y me incorporo. "Yo se que no he sido un santo.,.", se deja escuchar en las bocinas de los monitores.  


Estoy con mi esposa y amistades de toda una vida que se ríen de mi embeleso.

Allá, en una esquina, una cantante frustrada con voz desentonada está lista para disfrutar sus cinco minutos de fama en el karaoke. Me fijo en el monitor. "Hips Don't Lie", va a cantar la aspirante a estrella. "Ni a los tobillos le llega", pienso.  


Y la noche sigue su curso. Ya no está la chica del sandungueo indomable en los monitores, esa, la del nombre que en hindú significa "diosa de luz" y en árabe "mujer llena de gracia".

La estrella de turno del karaoke jura que se la está comiendo. Atrevida que se vuelve la gente a esa hora de la madrugada. Imitaciones no faltarán.  Pero bien lo dijo García Márquez al describir a la colombiana: "Es una artista de estilo propio, original". Y es que ninguna es como ella, la chica de la pantalla del monitor... la de los cabellos rizados, las caderas tintineantes y los pies descalzos.

Punto final. Y aquí estoy, terminando una historia que tantas veces pensé. Solo en la sala, en el silencio de la noche y la soledad del desvelado, tomo el control remoto y veo por unos minutos más el video que había puesto en la modalidad de cámara lenta, para no olvidar un solo detalle de lo descrito en esta crónica.

¿Hace calor o soy yo?  Es hora de acostarse... Este "up" hay que bajarlo y me hace falta una ducha fría.


Derechos Reservados Carlos Ruben Rosario 2010

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