sábado, 16 de abril de 2011

MI ETERNO "CRUSH" CON GINA WILSON




Todos los muchachos alguna vez tuvimos una fantasía. La de nosotros, en la escuela, fue Gina Wilson… Aún hoy recuerdo su nombre y sonrío…

Hoy, aquellos muchachos ya sobrepasamos los cincuenta años. Seguimos siendo aquellos amigos –ahora canosos, calvos y con las primeras arrugas. Nuestra amistad se mantiene reforzada por los años, los encuentros mensuales y los recuerdos… Pero curiosamente, el nombre de Gina Wilson rara vez se menciona, por no decir que nunca lo mencionamos. No es que sea tema prohibido. Es que sencillamente no se menciona.

Quizás algunos no recuerden su nombre. (No quiero tirarlos “al medio”, pero si alguna de ustedes les preguntan por ella, la negarán. Así que ni se ocupen.)

En aquellos años de escolar, indagar por Gina Wilson era provocar miradas al vacío -como queriendo encontrar respuestas- a quien le preguntabas  y sonrisas de complicidad en el “corillo” que le acompañaba. Sucede que yo vivía al otro lado de la ciudad en donde quedaba nuestra escuela. Por tanto, cuando los fines de semana iba al vecindario de mis amistades, era el blanco fácil de los “vellones” que me pegaban. Así fue que supe de Gina… la leyenda.

Que cómo era… Su físico era tan indescriptible que, como dice la canción de Sylvia Rexach, “todos tenemos que dar nuestra propia versión. Hay variedad de opiniones y mil definiciones…”  Para mí, Gina Wilson era delicada, un ángel que quitaba la respiración al verla pasar… Era sublime y un encuentro con ella no se podía describir con palabras. Eso me decían ellos. Quizás quien mejor me la describió fue el que me dijo que era como ver a Farrah Fawcett, pero con el uniforme de la escuela.

¡Ahhh Gina Wilson! Qué no era. Definitivamente no era Iris Chacón.    No despertaba nuestros incipientes instintos sexuales, aun sin estrenar, por más alarde que hiciéramos de eso. Ni siquiera se podía comparar con Wilnelia, la ex Miss Mundo de nuestra escuela, que para nosotros era la hermana de Kiko, el de Río Cañas.

En los años de aquellos primeros amores, nuestras “novias de embuste” no sabían que cuando le enviábamos el “sí o no” con una amiga en común o les hablábamos en aquellas largas conversaciones de banquillos o  nos dábamos  besitos con sabor a  “Koole” y empanadilla, nuestro pensamiento era para Gina Wilson.

Soñaba con el día en que al fin la pudiera conocer. Me la imaginaba rubia, con trenzas y una falda larga, siempre en  un maizal al lado de un lago, subiendo a un bote de remos…  Nunca supe por qué , pero siempre me ha imaginaba así. O como la actriz de Pretty Baby, la película que ví en el Alcázar. Una tal Brooke... la niña mas linda que jamás había visto.

No me casé con Gina Wilson. Ni yo, ni ninguno de nosotros lo hizo… Pero hoy puedo decir que aunque hay cosas de las que un matrimonio no habla, Gina Wilson no admite esas trabas. Mi esposa conoce a Gina Wilson… y aunque habrá nombres que no se mencionan (que es parte del secreto de un matrimonio largo), cuando lo hago con la mayor tranquilidad –y sonrío a su recuerdo- mi esposa no me reclama y queda de lo más tranquila.

Así es Gina Wilson.

Que por qué la recuerdo hoy. Estábamos de paseo en el Centro Comercial y entre el gentío pasa frente a nosotros una joven vestida de gitana de piel color café, rojiza por el sol y cabello rizado. Me impactó el profundo azul de sus ojos que me miraron por sólo un segundo. Y pensé: se parece a Gina Wilson.

Pero toda ilusión muere. A mí me pasó justo antes de entrar a la Universidad. Aquellos amigos llevábamos a uno de los nuestros a su ingreso a la Guardia Costera.  La noche anterior le hicimos una fiesta de despedida a la que fui porque por fin iba a conocer a Gina Wilson. Ella nunca llegó a la fiesta.

Al día siguiente, mi amigo me dice que antes de partir quería pasar por la casa de Gina Wilson. Desvió el viejo Rambler del ‘65. “Ya verás, Carlos, como es…”, me decían los demás. Cuando por fin se detuvieron frente a una casa, esperaron a que yo preguntara “¿Aquí es?”. Todos estallaron en risas y cruelmente me dijeron que Gina Wilson no existía. Crueldades de los adolescentes. Un "bullying" emocional, diría yo.

Para consolar mi desengaño me hablaron de que por mucho tiempo le habían soltado cabuya a  aquella fantasía que alguien empezó y con la que fueron cayendo todos, uno a uno. Gina Wilson fue una ilusión en la que todos creímos –aunque algunos hoy la nieguen- y que nos ha hecho suspirar, créanme, por todos estos años.

Dirán que para nosotros, eso de Gina Wilson fue  una locura. ¿Pero todos no creímos, oímos, imaginamos y hasta vimos a Santa Claus? Pues eso. Es lo mismo. 


viernes, 8 de abril de 2011

LA "GUACHAFITA" DE LA FILA EXPRESO

Siempre me pasa lo mismo… ¿Por qué será que la cajera de la fila expreso del supermercado siempre es la más lenta…?

Estoy de compras con el mayor de casa. Hace rato que veo cómo avanza la fila del lado. Hay dos señoras que compraron como si comprar en un supermercado fuera a pasar de moda mañana. Ya una hace rato que se fue. Y la otra doña esperó justo a última hora para mandar  al marido a buscar otro pote de no recuerdo qué, porque estaban a dos por $5.

Me entretengo a ver si el marido llega primero o la cajera termina la suma y cuadra. La de atrás me mira con gesto de impaciencia... y es que esto no se mueve.

Dos cajas más allá vemos a este señor… alto, trigueño, flaco como un espeque. Sobresale entre la gente. Juraría que la ropa que lleva es del “Salvation Army”. No es por nada. Pero la camisa le queda grande. Y el pantalón…. Esa correa así tan apretada le acentúa más su figura, si es que a aquello se le podía llamar figura. Pero no es la ropa lo que llama la atención… Hace rato me estoy tratando de explicar lo que ya otros se están dando cuenta en esta fila que no avanza y en la que -sin haber llegado al punto de las revistas- en algo hay que entretenerse. … Cómo se puede explicar que su carro de compras tenga solamente 10 cajas de espagueti. Cada una con 24 latas. Diez “cajas” dije, …. y medio galón de leche. Digo, no lo critico, porque yo no le rechazo a nadie un arroz blanco con huevo frito, manjar de dioses que una vez en semana no viene mal. Pero desconcierta tanto espagueti con leche.

Avanza la fila expreso. Nos movemos un lugar adelante. Hay cambio de caja.  Ahora sí que nos chavamos. La cajera que se va masca ‘blony’ y tiene las unas “parras”, larguísimas. Debí haberlo advertido antes y no me meto en la fila. Mascar chicle en una cajera es síntoma de que está en las de cogerlo ‘easy’. Parece que la oigo: “hoy estoy en las de que todo me resbale y si le está malo señora, por mí, pssstt. Así que no me venga a joder, que a mí eso me la pela.”

!Y esas uñas,...!, como las de la muchacha gordita del carril de cambio en el peaje. ¡Con razón no pueden marcar los números! Eso de las uñas largas en las cajeras de supermercado lo deben prohibir, porque por marcar un cero, se le resbala el dedo y marca el nueve y después quien termina pagándolo es el bolsillo de uno… ¡que no hay derecho!

El señor de atrás nos dice que la cajera de la fila expreso “es la más lenta, porque es la más bruta”. Suena cruel… pero eso fue lo que me dijo el señor de atrás. El hombre busca aprobación y trato de no hacerle caso. No me gusta la gente confianzuda que le busque conversación a uno con esa clase de comentarios. Hay que aceptar que como buen filósofo de la calle, el hombre es de los que le encuentra una razón a todo. “Lo que pasa es que la están entrenando y claro, la ponen ahí para que vaya cogiendo calle con los diez artículos que tiene que sumar. Si se pasan de diez, entonces se fastidia la cosa…”, insistió.

“Fíjese usted”, me dice, “que la cajera linda siempre está en la caja #1…. Parece que el gerente da las instrucciones: ‘ponme a esa nena ahí cerca de la oficina’. ¿Ve la oficina?”, me insiste. “La de los cristales que no se ven para adentro”. Miré de reojo. No a la cajera de la caja #1, que casualmente tenía una cabellera negra y lustrosa a la cintura, sino la oficina de cristales ahumados en la que me imaginaba al gerente  apartando las celosías plásticas de la cortina interior con la punta del lápiz para espiar la cajera de la cabellera negra y lustrosa a la cintura.


Avanzamos un paso más. Al menos la cajera suplente no masca chicle, ni tiene uñas largas, menos mal. Le da las “buenas tardes” a la señora que antecede a la que  está al frente de mí y que le ha sacado todo un álbum de cupones de descuento y está pendiente a que le honren los precios del ‘shopper’. ¡No puede ser! ¡Señora, por favor, no se ponga con esas que esto es para diez artículos o menos…!

 Y justo cuando estaba a punto de llegar, ¡fuá! ¡Un apagón! ¡Lo que faltaba! Aquello se alborotó. Bullicio de fiesta. A nosotros nos gusta el vacilón y no hay mejor sitio para pasar un apagón que un supermercado. En la claridad del pasillo de salida divisamos al “vecino antillano” –el de las 10 cajas de espagueti y el galón de leche- que alcanzó a irse justo en ese momento loco de contento con su cargamento. Se fue sin saber que lo cogieron de ‘punto’ con los comentarios y los chistes.

“Pasillo 5, Clave 3, mercancía en movimiento”, se oye por los altoparlantes. “Siempre hay un loco”, pienso antes de caer en cuenta de que si no hay electricidad, como es que funciona el altoparlante.


Regresa la luz. El supermercado vuelve a la vida tras aquel par de minutos en la oscuridad que pareció una eternidad. “Llaveeee, llaveeee…”, grita la cajera del lado, como parcelera, por algo de un “void” del cheque  de una señora.
Y nos llegó el turno. Ni las “buenas tardes” me contestaron. Lo que después escuché…  cosa de no creerse:

“No  sé cuál es peor… No me vengas tú a decir… Y la gente se llena la boca hablando de Chávez. Hay que estar allí para ver… Como Raúl Castro en Cuba… ¿Tú crees de verdad que lo está haciendo bien?”, le preguntaba a la cajera con aire de estofona al ‘bagger’, que miraba embelesado aquella cara sin nada de maquillaje –ideal para un anuncio de Clearasil-. El asentía sin decir palabra para no comprometerse, como quien sabe que está pisando arena movediza, mientras como un autómata me colocaba los artículos en la bolsa.

En medio de aquella conversación estaba yo, que no me costó más remedio que mirarlos sin disimulo maravillado por aquella clase de Ciencias Políticas. Es aquellos dos minutos se habló de “socialismo”, “distribución de riquezas” y “dictadura del proletariado”. Hablaron como si yo no existiera. Aclaro, ella habló. Un monólogo sólo interrumpido por el tintineo de la caja, y los latidos del corazón enamorado del “bagger” que estaba “en las babias”. Es más, ahora que recuerdo, creo que nunca me dijo la cantidad a pagar, porque parecían ajenos al mundo. Llegué a sentir que  estaba de más allí.

Salimos . Ahora que paso detrás de la cajera numero #1, que está de espaldas, veo ese ángulo de la niña de la cabellera negra y lustrosa a la cintura. Me doy cuenta que también tiene “lo suyo”.

El mayor de casa esperó prudentemente a llegar a la salida para comentar la escena. Reímos al repasar todo lo que había pasado en esos minutos: el hombre de los espaguetis, el apagón, la cajera socialista y el bagger enamorado  y lo del comentario sexista del vecino de la fila sobre la chica de la caja #1.

Lo pensé… y en ese momento estuve a punto de regresar y darle un cantazo al cristal opaco de la oficina para asustar al Gerente ligón. Digo, por si el señor tenía razón. 

!ESPACIO VITAL... HIJOS MIOS!

“Que a qué huele la casa”, me preguntan con su cara de lechuga.
“A limpieza. ¿A qué va a ser? ¿Quieren que se los explique? Porque parece que no saben lo que es eso…”
 “¿Qué le hiciste a mi cuarto? ¡¡¡Ahora no voy a saber dónde están mis cosas!!!”

***

Si los tuyos son adolescentes o ya pasaron la curva sabes de lo que hablo… No te has preguntado: ¿En qué momento comenzaron nuestros hijos a invadir los espacios vitales en la casa, a hacer que sacrificáramos por ellos nuestros gustos, a tomar decisiones por nosotros, en la casa, en el carro, en el fast food...? Y no me digas que con ustedes no es así.

En casa supongo que todo empezó la noche en que el grande cuando bebé se metió a nuestra cama, entre nosotros dos, porque no tenía sueño…. ¿O era porque Barney le salía del closet con los nenes que cantaban? Ya ni me acuerdo...

El punto es que la tradición la siguieron los otros dos hasta que la acabó la chiquita, que tiene mal dormir, desvela a uno con su rechinar de dientes y siempre terminábamos dejándola sola en nuestra cama. Terminábamos en la suya como sardinas en lata, porque es de una plaza y al ser en forma de casita de muñecas, sieeeempre chocábamos con el techo al despertarnos.

¿No te ha pasado que siempre que te dicen que traigas comida,  tienes que comerte sólo la ensalada porque arrasan, literalmente a - r r a - s a n, con la oferta familiar? Parecen trogloditas…

No me mires así. Ahora me vas a decir que eso no pasa en tu casa. Tú sabes lo que es que uno no pueda traer pizza de vegetales porque a todos les gusta la combinación de chorizo con peperonni y salchichas. ¿Saben desde cuándo no pruebo una pizza de vegetales o una hawaiana con piña, o la combinación con todo? ¿A dólar es que cuesta todavía el pedazo…? 

Y se los he dicho: cuando el león llega con el antílope despedazado a la manada, todos en la manada comen antílope. Los cachorros no están con eso de “quítame el pellejo, no me gusta o sácame los huesitos…" ni hay que llamarlos diez veces para que bajen a comer.

Esa es otra:  la vez que descubrimos  Aguirre, ese poblado apartado que es como una cápsula del tiempo, tan bello y como sacado de un sueño y justo en ese momento de contemplación, a la chiquita de casa le dio hambre y tuvimos que irnos enseguida porque no tiene otro menú que no sea “nuggets” y papas. ¡En dónde consigo un McDonald’s por todo aquello…!

***

De ahora en adelante se acabó el pan de piquito: Ustedes comen, nosotros proveemos. Se acabó eso de buscar gustos. 
¿Desde cuándo los hijos son los jefes de la casa y somos los padres los ciudadanos de segunda clase…? 
!Ustedes no saben cómo se siente abrir la lonchera en el trabajo y descubrir que alguien se comió la carne que me guardé en el ”tupperware” la noche anterior! 

Ah, y se acabó eso de que tenga que preguntar cuándo termina el maratón de Hanna Montana, o aguantarme la carrera de 24 horas de Gran Turismo…

Sí, porque para colmo me piden que elimine mis programas de la lista de la grabadora del cable porque no han visto los suyos y los míos toman espacio de la memoria.  Cuando era pequeño, a mi papá le gustaba ver Bonanza. ¿Y saben qué? Todos teníamos que ver Bonanza… y en blanco y negro, sin control remoto y en la sala.

Al carajo. Se acabó la “guachafita”. Los padres tenemos que tomar el control. Y literalmente el control. Se agarra  con la mano, se les apaga el televisor y se botan las baterías. A recoger el reguero que hace días tienen acumulado, las chancletas que llevan semanas en la escalera y  las mochilas de la escuela de la entrada de la casa.

Se me olvidan de tener  el sofá de cama. Muevan el culo y a echarse para el lado. ¿Qué si no quieren el picture in picture? Esperen el turno de su programa.

Y tú y yo a cerrar el cerrojo del cuarto. Ustedes, a lavarse la boca en el otro baño que para eso hay dos más. Se acabó eso de llevarme el cepillo y el cortauñas y dejar la toalla mojada sobre la otra seca. Y ya qye digo "toalla", chiquita, esa mala costumbre de salir con una toalla en el pelo y otra para el cuerpo se acaba hoy, que ya basta que tenga que gritar cada vez que me dejas sin toalla.

Y si no les gusta la música clásica o la viejera que ustedes dicen, tráiganse los audífonos y pónganselos.

Y que no se me olvide: si les coge tarde mañana para la escuela, pongan el despertador. No dependan de mí. Y recojan, que no me voy a doblar a recoger cosas del piso. Todo lo que vea tirado le pasaré la escoba por encima y va del recogedor al zafacón.

¿Que pa’ dónde vamos? A las clases de salsa y luego al karaoke. Hay pizzas en el freezer. ¿Quieren? ¡Descongélenlas! Y si no les gusta, llórenle a sus amigos y ¡quéjense con el sindicato! Y no nos llamen tanto para saber cómo estamos, que sabemos cuidarnos… que se creen que también son padres de uno.

“¡Resiste, querida. Ni un paso atrás, que esta batalla la ganamos… Hay que ser fuertes.”   

jueves, 31 de marzo de 2011

"FREAKY FRIDAY"

Extraña noche de viernes.  Parecen lejanos aquellos tiempos en que uno se preparaba a salir mientras escuchaba en el componente  Lafayette Hi-Fi con Eight Tracks  con sonido cuadrafónico “Friday, Thank God Its….. Fridayy, Fridayy, Friiiiidaayyyyyy………..”

Y es que rara vez estoy solo en casa y menos una noche de viernes. El mayor está en una grabación en la Universidad. Vendrá de regreso con su madre que hoy estará trabajando hasta tarde. La nena de casa … esa salió a la abuela paterna. "Activista sociocultural". No se pierde un bautizo de muñeca y si la dejan, llena la agenda de todo el fin de semana. No niego que se faja estudiando para eso… A ella la acabo de dejar en el Colegio, -que me tiene el bolsillo hecho sangre- en donde esta noche tienen una actividad de Cine Bajo las Estrellas. La cartelera de películas ya la ha visto, pero eso no importa. Qué va a importar, si sólo el iluso Principal cree que van a ver las peliculas.

El del medio de casa tomó otro rumbo: una competencia de talento estudiantil en el Coliseo. Saben que tienen hasta las 11:00 p.m., así que aprovechen la oferta.

Tras dejarlos en sus respectivos "compromisos socio-culturales", por fin llego a casa y me doy cuenta de que estaré solo… Intento evitar los temores. Pero me da cierto cosquilleo frío. No puedo evitarlo. Pienso que hace tan sólo un par de horas  encontraron muerto a un ex compañero de estudios y de profesión. Estaba solo en su casa, como yo ahora. Aparentemente un infarto fulminante lo sorprendió mientras leía un libro en su cama y masticaba un chocolate. Supongo que con el acondicionador de aire prendido… hacía ya cinco días, según estima el fiscal.

Me cocino un hamburger y pienso en esas ironías. “Tranquilo… Tú estás bien", me digo, a pesar de que apenas estoy recuperándome de una bronquitis y que cada ocho horas tengo que repasar la dosis de cuatro  pastillas, un jarabe, dos rociadores nasales y un inhalador bucal recetados.  Y encima de eso, me encontraron la presión por las nubes. Que ya ni siquiera puede darse uno un palo de NyQuil para dormir cuando se está acatarrado porque le sube la presión.

En este silencio, mientras arreglo la mesita frente al televisor y el "hamburger" está a punto del primer mordisco pido a Dios que los míos estén bien, donde quiera que estén. Es inevitable pensar en la fragilidad de la vida…  

Los hijos parecen no entender esto. Cada vez que nos dicen, “mañana hay tal o cual cosa”, se queda uno con un taco en la garganta y es la misma agonía… Las cosas no están para salir, pero es que se las inventan en el aire. Usted me dice que sea realista, pero tampoco uno puede encerrarlos. La mamá me acaba de llamar y me preguntó por ellos, que si cómo estaban, que si se fueron bien, que si les dejé dinero para que coman algo si se antojan. “Si, si… si, tranquila, chica. Están bien”, le contesto con la misma letanía.



Lo que no sabe es que contrario a cuando ella está, -que me hago el desentendido, lo confieso- ahora yo soy el que me pongo histérico con ellos. Los miro  por el retrovisor ya a punto de dejarlos en sus actividades y empiezo la cantaleta.

“Bueno, Dios los bendiga… Se portan bien. Recuerden  dejar el teléfono conectado… Hey, no lo apaguen por si tengo que llamar…  Estén pendientes, que a veces el ruido no deja escuchar si uno los llama….  ¿Oyeron? No tomen Coca Cola de nadie que les ofrezca… ¿Se llevaron el dinero? … ¿Se llevaron el dinero? ¡!!Ustedes no oyen!!!!”

Freno de repente para que reaccionen. “Qué pasa, Pa”

“Caaaarajo, quítense los condena’os audífonos que llevo rato hablándoles y creí que me estaban escuchando”, al darme cuenta que no me decían ni “mmjúúúú”.

Ante de bajarse les repito lo mismo. “Sí, Pa” les escucho turnándose la frase con tono de impaciencia. Tomo aire y les digo lo impensable hasta hace tan solo unos meses. “!Ay Pa, por favor!”, me dijeron mientras se bajaban aprisa huyéndole al embarazoso momento en que sus amigos que se acercaban me pudieran escuchar.

“Si se forma algo, al primer petardo que escuchen, lo que sea, no esperen y péguense a la pared, no sea que los aplaste la estampida. Protéganse. Acuéstense boca abajo y háganse los muertos”, casi les grito mientras se alejan haciéndose los desentendidos. Ellos, porque una doña por poco me mata con la mirada. 

No me mire así, señora, que hay que ser realistas. A eso hemos llegado. 

lunes, 21 de marzo de 2011

COMO ALARMA EN LO MEJOR DEL SUEñO

Hoy pasé frente a la oficina del Cirujano Plástico, ése que tiene un anuncio de cuerpos en traje de baño en la pared exterior del edificio, que es visible en toda la ataponada avenida…

Negocio redondo, hay que reconocerlo. Redondo… como el fruto más reconocido de su esfuerzo. O sea, que las corta, las estira, las opera, las agranda y encima de todo, les vende la línea de trajes de baño para que las luzcan. Me quito el sombrero ante semejante mercadeo. Como el 'racket' de las floristerías al lado de las funerarias.

Creo que ése es el yerno de una ex jefa que tuve. Ella, la hija de mi ex jefa tendría poco más de 30 años cuando la conocí. Ahora estará en sus 50, pero se ve de 25, según pude ver en la revista Magacín del dominical. Por cierto, que parece hermana de su hija, la actriz, que tendrá garantía de edad aparente de por vida. Ser la esposa del cirujano plástico desafía todas las leyes de la matemática.... Y de la gravedad, que no se olvide.

Bueno, pero no es de ella que vengo a hablar aquí.

El cuento es que por asuntos del trabajo de mi esposa, hace años la acompañé a esa oficina médica con los nenes, que estaban chiquitos.

Eran las cuatro de la tarde y aquella sala de espera estaba llena, pero daba gusto estar. Allí no había ni viejitas, ni achaques, ni mucho menos andadores, muletas, ni quejidos de dolamas…  En los estantes de la oficina -magistralmente decorada, por cierto- no se veían revistas viejas con las primeras páginas arrancadas y mucho menos tenías de frente a alguien mirándote fijamente para buscarte conversación y en el primer cruce de miradas contarte su vida y milagro y cuán grande es el tajo que le hizo el médico. A aquellas mujeres de la sala de espera no les dolía ni una uña.

Al otro extremo de la sala, entre todas las pacientes, divisamos a una de piel tostada por el sol, de lo más picoreta. Se le salía lo extrovertido por los poros. Toda una Chica Gap. La combinación clásica de cabellera con ‘jailaits’, blusa blanca escotada, mahones ceñidos en azul claro, y unas tacas perfectamente combinadas con la cartera de marca. Con un marido, que imagino conservado en acondicionador de aire listo para el fin de semana, ya sea en el yate o en el campo de golf.



Mi esposa la miró y no dijo palabra. Nosotros los hombres nos basta una mirada por encima para estudiar el panorama. Las mujeres, no. Las mujeres miran de arriba abajo. Escudriñan, hurgan y estudian al detalle y podrán pasar años, pero se acuerdan todo lo que tenía puesto “el enemigo”.

La de casa disimulaba, parecía ocupada atendiendo los nenes que habían salido de la escuela y tenían hambre. Yo trataba de ayudarle con los nenes, pero el teleque estaba interesantísimo. Que si como las tenía, que si “la mano santa del doctor”, que si que te hizo a ti, que si cómo me quedaron y cosas por el estilo.

La de casa, empezó a hiperventilar, como hace en momentos en que alguien quiere llamar la atención a su lado. Se le abren los rotitos de la nariz cuando muestra esa impaciencia. Mira a la muchacha, atiende a los nenes. Me ajora para que la ayude. Y me saca de concentración de la conservación ajena que peligrosamente subía de tono. Aquellas mujeres parecían olvidarse de que habían hombres allí. O lo que es peor, acompañados de sus esposas. O con una esposa al lado y la retahíla de muchachos, que ya es mucho decir.

Los nenes seguían quejándose del hambre y ya nos preguntaban si había que esperar mucho… La de casa ya no disimulaba la impaciencia de la espera, moviéndose en un punto fijo hacia atrás y hacia delante. Yo la miraba de reojo, porque evidentemente estaba molesta con la ‘recatada’ conversación. Quise hacer un chiste, pero hay veces en que conviene no echarle leña al fuego y quedarse callado y no coger a broma el momento con comentarios de humor negro ni cosas así.

Hasta que la “colorá”, sin encomendarse a nadie, en un gesto desinteresado y encomiable se dispuso a abrir su chaqueta para asomar un poco sus alegres y rebosantes "primas", al  tiempo que soltó un: “miren cómo me quedaron…”  Eso, por su alguna duda había de que queria llamar la atención. Fue justo en ese segundo de mi vida en que los nenes se volvieron a quejar de que tenían hambre.

La asomada de tetas fue la gota que colmó la copa. Ni siquiera pude compartir la alegría y la satisfacción de ver un trabajo bien hecho... aunque sea de lejos.

Cuando me vine a dar cuenta, casi de un salto, la de casa estaba en la puerta de salida cartera al hombro y con los nenes agarrados a cada mano y desde allí me dijo con tono irónico de: “¿Y qué…? ¿Te piensas quedar?”.

“Muévete y vámonos, que esto no era...”

HOY ESCRIBE EL ORGULLO DE PADRE

Todos tenemos un hijo que nada contra la corriente… No sé por qué extraña razón, en muchos casos es el del medio. Al de casa, su dolor de cabeza siempre han sido los horarios, el orden y las matemáticas.

En la época en que yo combinaba la enseñanza universitaria en las mañanas con mi trabajo de periodismo a media tarde, decidí dar ‘homeschooling’ a mis tres hijos, para lo que tuve que abandonar los cursos de la Universidad.  Más agradecerían mis hijos el esfuerzo de esos dos años que mis estudiantes universitarios.

Al cabo de esos dos años, nuestro hijo –el del medio- regresó a la escuela con las dificultades que enfrenta todo niño con un retraimiento académico. Estuvo un año escolar, regresó al “homeschooling” y finalmente a un programa alternativo de estudios supervisados en una escuela a media hora de camino vía expreso. Así llegó al décimo grado.

Poco a poco, sin darnos cuenta, se fue quedando solo en su soledad, ante su falta de amigos escolares, lo que lo malhumoraba y entristecía. Veía los logros de sus hermanos, de sus primos y de algún que otro amigo con quien mantenía contacto. En algún punto, se dio cuenta de que estaba tomando la opción académica más fácil, quiso recuperar el tiempo y se fijó como meta ingresar a uno de los colegios más retantes del  área.  Hay momentos en que las palabras no pueden describir todo lo que uno quisiera –o simplemente como escritor las evado trazando la raya con su privacidad- y en uno de esos, en su cuarto de adolescente desordenado con cortinas cerradas, le dije cogiéndolo entre mis brazos, como cuando era pequeño: “Ya verás que en un par de meses entras al colegio y todo va a cambiar...”

En su empecinamiento no escuchaba razones de ingresar a otro colegio menos riguroso y como si su circunstancia no fuera suficiente, entraba en grado 11. O sea, que en dos años tendría que trabajar el doble o el triple para alcanzar lo que sus compañeros de salón han estado preparándose por toda una vida.

Nunca olvido su primera preevaluación de notas. Aquellas puntuaciones de 88 en el primer examen de español y en el de historia, no las esperaba… Los ojos le brillaban y empezó a hablar y hablar sin freno. Haciendo preguntas sobre lo que nos dijeron los profesores, esperando respuestas, haciendo preguntas, haciendo preguntas, haciendo preguntas…

“¿Y que más les dijeron?”  Quería saber cuáles eran las impresiones de los maestros a los que llevaba conociendo apenas dos meses. De salida del colegio, aquel viernes de octubre nos fuimos al “fastfood”. Estaba contento y comió sin importarle si el pollo estaba grasoso. Porque es maniático con su dieta. Aquel viernes su humor era otro… era día de echar por un momentos los libros de lado… Y los padres y sus hermanos le fueron solidarios y entendieron el mensaje que no necesitó decirse…

Con la ayuda de un tutor encontró respuestas a los números y fue entendiendo aquel enredo de “equis y yes”, los paréntesis, los corchetes, logaritmos, exponentes y potencias. Pero hay una pregunta que su tutor aún no le ha podido responder: para qué sirve el álgebra en la vida.

“!Que no, no y no! ¡Que no me voy a cambiar de colegio. Que no me voy a rajar! ¡Que se acabó y no quiero hablar más de eso!”, nos respondía cortante cuando intentamos que se fuera a otro colegio o a la escuela pública. Pudo haber tomado esa ruta fácil para él, pero como padres le respetamos su coraje y determinación.

Para ponerse al día estudiaba hasta la madrugada, al punto de que llegó a preocuparnos su salud. Pero es terco el muchacho. Terquedad que demostró la madrugada de mi cumpleaños. Enfermo con bronquitis compartió conmigo y nuestras amistades para dormir un par de horas y antes de amanecer participar en un foto maratón del que regresó rendido y a las diez de la noche. 


Las fotos tomadas le ganaron comentarios y elogios. Quizás por primera vez no sólo creía en sí mismo, sino que sus capacidades eran reconocidas.  Una crisálida se convertía en mariposa.

Fue entonces, en diciembre pasado, que leí su status en Facebook: “Hace un poco más de 6 meses comencé un fuerte cambio en mi persona. No siempre uno logra lo que quiere, pero a veces uno puede lograr más de lo que cree...  Ahora es que yo voy a ponerme a prueba, ahora es que voy a poder decir que no sólo cambié sino que también puse mis habilidades de estudio en práctica... Voy a demostrar de lo que soy capaz de hacer. No en todo salí bien, pero sí... me doy un 10' por lo que logré”.

Justo en ese momento en que mi vista se nublaba ante lo que leía entre lágrimas me comunicaron el asesinato del hijo de una compañera de trabajo como secuencia de una guerra por el control de puntos de droga. Amé a mi hijo más que nunca. 

Hace un par de horas me llamó. Es que recibió buenas noticias en su informe de notas. “Que también estuve en una charla de universidades de Estados Unidos, Pá’.  Tienes que verlas. Tengo los catálogos para que las veas. Me quiero ir, Pá”. Al enganchar, me dí cuenta que en poco más de un año se podría marchar a seguir su sueño de una maestría en arquitectura y llegar a Italia. Como nos decía cuando era pequeño: “Cuando sea arquitecto en Italia, les voy a hacer una casa allá para que trabajen en el ‘Italia Times’”.

Nuestro hijo es otro. No le ha sido fácil, pero con la ayuda profesional, las tutorías y la paciencia y el amor de sus padres y su coraje y terquedad y la pastilla que tanto defiende –que le despierta la atención, pero le quita el hambre- ha logrado lo que nos parecía inalcanzable hace sólo unos meses.

A semanas para que termine el semestre celebramos sus notas. Bueno, no sus notas para ser sinceros. Más que eso su esfuerzo. En eso de “nadar contra la corriente” se graduará el año que viene “Magna Cum Laude”.

Hoy, nuestro hijo, -el del medio- tiene esperanzas y ve claramente su futuro. Ha visto sus mejores notas y las universidades de Estados Unidos. Acaba de escribir: “Ojalá, todos mis días sean como éste... Aprendí que es verdad que cuando uno se propone algo lo cumple. Sé feliz, aprecia lo que eres y lo que tienes y verás que la vida te irá devolviendo la sonrisa que la mala suerte en algún momento, te quitó =)”

Lo veo claramente, señor arquitecto. Sé que lo harás. Si llegaste hasta aquí, sé que algún día lo harás. 



jueves, 10 de marzo de 2011

LA PEJIGUERA ESA QUE ME SACA EL "MOSTRO"

Si algo me revuelve la bilis es que una máquina me dé instrucciones.

Me enerva cada vez que tengo que someterme a un contestador automático. Me rehúso hablar y cuelgo la llamada. Mi esposa, acostumbrada a mis manías, sabe que la grabación de la llamada en que sólo se oye un ‘clic’ es la mía.

A mi hermano le tengo que soportar el sonido de trompeta en su mensaje telefónico. Si no hay remedio, aparto  el teléfono del oído por un minuto, recalco "un mi-nu-to",  en lo que terminaba el trompeteo, para dejar el mensaje. Gracias a Dios que nunca lo he llamado porque me están matando porque primero hubiese respondido el Sistema de Emergencias, que no se caracteriza precisamente por su rapidez. La grabación de mi hermana, la loca de la familia, tiene una música de Lady Gaga que parece imitar un teléfono ocupado. A veces, el humor negro me lo permite, en vez de dejar el recado le lleno el espacio de grabación imitando con la voz el mismo sonsonete y al final le digo: “!!!Ves que jode!!!”.  Hace poco noté que cambió el mensajito.



Cuando mis hijos eran pequeños, con mi sentimiento paternal a flor de piel, me encantaba llamar al hospital pediátrico, para escuchar la voz infantil que te recibía con un: “Gracias por llamar al Hospital de Niños San Jorge”. El niño de la grabación, inteligentísimo por cierto, muy sabiamente conocía todas las extensiones telefónicas del Hospital. Pero claro, uno es padre recién estrenado y se amelcochaba con la vocecita... Ahora el cuadro telefónico del Colegio Católico en que están mis hijos tiene la grabación de una niña que comienza contestando: “Ave María Purísima…”. A uno, que nunca llama por gusto y siempre está en un ajoro, le dan ganas de cometer la blasfemia de colgar sin terminar de escuchar el rosario.

Y qué me dices de las grabaciones que te dan una retahíla de opciones…. Yo, que tengo déficit de atención no diagnosticado, ya en la cuarta opción he dejado de escuchar hace rato. Pongo en altavoz la máquina contestadora mientras hago otras cosas, y allí la dejo, hablándole a las paredes. Caigo en cuenta que ya no la escucho, cuando  la impertinente interlocutora me saca de concentración con un: “¿Sigue usted ahí?” A uno le dan ganas de decirle: “Nooo, no estoy aquí y ahora quéee vas a haceeerrrr.” Pero tengo que resignarme, marcar y empezar de nuevo, porque a esa altura nunca escuché la extensión que tenía que marcar.

En la prehistoria, cuando los teléfonos tenían máquinas grabadoras con microcinta integrada, hacía la maldad de dejar un mensaje en tono natural:  “Hola, te habla Carlos” (para que se supiera quien era) y justo después hablaba disfrazando la voz, imitando una cinta de grabación estirada. Era mi venganza al interlocutor que me hacía hablar con la grabadora. Me conformaba con que al menos uno de ellos botara el casete a la basura creyéndolo inservible.

Pero hay un mensaje que me saca por el techo:  es  de una compañera de trabajo. No la llamo por gusto, sino cuando no hay más remedio y agoto todas las opciones. Pero cada vez que escucho el  “por  favor, no me dejes mensaje. En vez de eso, envíame un email a …”  Oiga, si no quiere que le deje mensaje o no quiere contestar, no le ponga grabadora al teléfono... 

II

Tema aparte: qué me dice de la cajera automática que han puesto en la megatienda que nos machaca que si “puedes hacerlo, podemos ayudarte”.  Para proceder con el cobro  me obliga a poner mis artículos de ferretería en un espacio metálico de un pie cuadrado, que viola todos los preceptos geométricos . "Puedes hacerlo", me dice el rótulo cercano.

Ahí, el que más o el que menos, compra un saco, una paila, piezas largas o alguna mercancía que viene en una bolsa plástica gigante, que nunca coge el precio del escáner. Entonces empieza el suplicio. No falla: siempre los demás clientes son más diestros que uno. Mientras, la máquina comienza a exasperarte: “Comience a escanear”, te ordena. Y uno va sacando las cosas del carrito y colocándolas en el detector de mercancía y la cosa esa te advierte: “No coloque los artículos en el mostrador… Comience de nuevo”.  ¡Que haga quééé! Sin remedio, con los de atrás mirándote por encima del hombro, no te queda otra que pedir ayuda a la asociada estratégicamente ubicada allí para remachar la humillación a la que te somete la máquina y para recordarte que tu inteligencia no da para más, que tienes la capacidad de un fronterizo. Como si hiciera falta…



Siempre pienso qué pasaría si me hago el listo con alguno de los artículos. Pero cruzo miradas con la empleada que ya te mira mal y nunca paso del intento. Ni me atrevo. No sea que la máquina aumente su volumen de voz y ante todos los clientes y empleados me diga: “Coloque los artículos en la bolsa, le digo. Usted cree que me mamo el dedo?”, mientras la guardia de la entrada afila su marcador del recibo que siempre lleva a la mano.

Pero con el cuentecito ese del “puedes hacerlo” han suplantado casi todas las cajeras. Prefiero las cajeras de carne y hueso. Aunque se tarden más, o no se sonrian a veces.  Al menos me entretengo mientras espero, viéndoles las elaboradas decoraciones “rococó” de sus uñas vietnamitas y de paso, les estoy salvando el pellejo. 

III.

Por último, no quiero terminar sin hablar de los ‘yi-pi-ess’. La primera vez que vimos uno, fue en un carro alquilado en el aeropuerto al inicio de un viaje vacacional. Nadie nos dijo que esa cosa hablaba, ni siquiera que estaba alli. Nosotros cinco hablábamos a la vez en el carro cuando, de pronto, aquel aparato apocalíptico con la voz sensual de Sarita Montiel en "El Ultimo Cuplé" nos comienza a dar direcciones…  Del susto, frené como un reflejo en medio de una intersección. Bocinazos por los lados. Dedos en alto asomados por las ventanas de los demás automóviles y saludos a  “your mother”, que no sabía que la conocían por esos lares americanos…   



Postulado #1 de yi-pi-ess: Cuando el yi-pi-ess lo lleve por una ruta y usted lo maldiga con la seguridad de que lo está mandando a rumbos desconocidos, el yi-pi-ess siempre tendrá la razón. Aun cuando te diga que has llegado a tu destino y te vayas de culo de que ese sitio no era.   

Eso me hace recordar la vez que fuimos a una fiesta de campo, a la que habíamos ido ya en una ocasión anterior. El error fue marcar en el aparato la dirección de la ocasión anterior sin percatarnos de que esta vez no era allí.

Empeoramos la selección cuando además oprimimos la alternativa más corta para llegar, por lo que la máquina nos mandó por cuestas, nos bajó por caminos, nos metió por atajos intransitables y hasta subiendo una estrecha cuesta llegamos a parar con la pared frontal de la marquesina de una casa. Como si fuera poco, a mitad de camino hubo que regresar cuando me percaté de que había dejado la cartera y, por tanto, no podíamos llegar con las manos vacías y sin la prometida caja de cervezas para la fiesta.  

Nada como preguntar por una dirección, aunque invariablemente nunca le prestes atención a lo que te dicen. Y aunque las respuestas sean las mismas: “Eso está al cantío de un gallo”, “sigues directo, directo. No vires pa’ ningun la’o”.  “Cuando veas el señor de las frutas en la esquina, te paras y preguntas…”

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Una vez preguntamos por una dirección. El hombre de la carretera nos dijo: “Sigan derecho, cuando encuentren un letrero de un sitio que venden cuchillos y tenedores, allí es.”

Cuando nos percatamos del rótulo en la carretera, reímos a  carcajadas. No era de tienda alguna, como decía el señor,  sino el que identifica los mesones gastronómicos. 

Esa es la gente de mi país. A la hora de dar direcciones no son tan exactos como la maquinita, pero en trato y amabilidad se los echo a cualquiera. Si pudieran, se montaban con uno para indicarte el camino. Es más, véngase con nosotros, que nos acomodamos… y de paso, abrimos la ventanilla y pa’l carajo el yi-pi-ess.