lunes, 21 de marzo de 2011

HOY ESCRIBE EL ORGULLO DE PADRE

Todos tenemos un hijo que nada contra la corriente… No sé por qué extraña razón, en muchos casos es el del medio. Al de casa, su dolor de cabeza siempre han sido los horarios, el orden y las matemáticas.

En la época en que yo combinaba la enseñanza universitaria en las mañanas con mi trabajo de periodismo a media tarde, decidí dar ‘homeschooling’ a mis tres hijos, para lo que tuve que abandonar los cursos de la Universidad.  Más agradecerían mis hijos el esfuerzo de esos dos años que mis estudiantes universitarios.

Al cabo de esos dos años, nuestro hijo –el del medio- regresó a la escuela con las dificultades que enfrenta todo niño con un retraimiento académico. Estuvo un año escolar, regresó al “homeschooling” y finalmente a un programa alternativo de estudios supervisados en una escuela a media hora de camino vía expreso. Así llegó al décimo grado.

Poco a poco, sin darnos cuenta, se fue quedando solo en su soledad, ante su falta de amigos escolares, lo que lo malhumoraba y entristecía. Veía los logros de sus hermanos, de sus primos y de algún que otro amigo con quien mantenía contacto. En algún punto, se dio cuenta de que estaba tomando la opción académica más fácil, quiso recuperar el tiempo y se fijó como meta ingresar a uno de los colegios más retantes del  área.  Hay momentos en que las palabras no pueden describir todo lo que uno quisiera –o simplemente como escritor las evado trazando la raya con su privacidad- y en uno de esos, en su cuarto de adolescente desordenado con cortinas cerradas, le dije cogiéndolo entre mis brazos, como cuando era pequeño: “Ya verás que en un par de meses entras al colegio y todo va a cambiar...”

En su empecinamiento no escuchaba razones de ingresar a otro colegio menos riguroso y como si su circunstancia no fuera suficiente, entraba en grado 11. O sea, que en dos años tendría que trabajar el doble o el triple para alcanzar lo que sus compañeros de salón han estado preparándose por toda una vida.

Nunca olvido su primera preevaluación de notas. Aquellas puntuaciones de 88 en el primer examen de español y en el de historia, no las esperaba… Los ojos le brillaban y empezó a hablar y hablar sin freno. Haciendo preguntas sobre lo que nos dijeron los profesores, esperando respuestas, haciendo preguntas, haciendo preguntas, haciendo preguntas…

“¿Y que más les dijeron?”  Quería saber cuáles eran las impresiones de los maestros a los que llevaba conociendo apenas dos meses. De salida del colegio, aquel viernes de octubre nos fuimos al “fastfood”. Estaba contento y comió sin importarle si el pollo estaba grasoso. Porque es maniático con su dieta. Aquel viernes su humor era otro… era día de echar por un momentos los libros de lado… Y los padres y sus hermanos le fueron solidarios y entendieron el mensaje que no necesitó decirse…

Con la ayuda de un tutor encontró respuestas a los números y fue entendiendo aquel enredo de “equis y yes”, los paréntesis, los corchetes, logaritmos, exponentes y potencias. Pero hay una pregunta que su tutor aún no le ha podido responder: para qué sirve el álgebra en la vida.

“!Que no, no y no! ¡Que no me voy a cambiar de colegio. Que no me voy a rajar! ¡Que se acabó y no quiero hablar más de eso!”, nos respondía cortante cuando intentamos que se fuera a otro colegio o a la escuela pública. Pudo haber tomado esa ruta fácil para él, pero como padres le respetamos su coraje y determinación.

Para ponerse al día estudiaba hasta la madrugada, al punto de que llegó a preocuparnos su salud. Pero es terco el muchacho. Terquedad que demostró la madrugada de mi cumpleaños. Enfermo con bronquitis compartió conmigo y nuestras amistades para dormir un par de horas y antes de amanecer participar en un foto maratón del que regresó rendido y a las diez de la noche. 


Las fotos tomadas le ganaron comentarios y elogios. Quizás por primera vez no sólo creía en sí mismo, sino que sus capacidades eran reconocidas.  Una crisálida se convertía en mariposa.

Fue entonces, en diciembre pasado, que leí su status en Facebook: “Hace un poco más de 6 meses comencé un fuerte cambio en mi persona. No siempre uno logra lo que quiere, pero a veces uno puede lograr más de lo que cree...  Ahora es que yo voy a ponerme a prueba, ahora es que voy a poder decir que no sólo cambié sino que también puse mis habilidades de estudio en práctica... Voy a demostrar de lo que soy capaz de hacer. No en todo salí bien, pero sí... me doy un 10' por lo que logré”.

Justo en ese momento en que mi vista se nublaba ante lo que leía entre lágrimas me comunicaron el asesinato del hijo de una compañera de trabajo como secuencia de una guerra por el control de puntos de droga. Amé a mi hijo más que nunca. 

Hace un par de horas me llamó. Es que recibió buenas noticias en su informe de notas. “Que también estuve en una charla de universidades de Estados Unidos, Pá’.  Tienes que verlas. Tengo los catálogos para que las veas. Me quiero ir, Pá”. Al enganchar, me dí cuenta que en poco más de un año se podría marchar a seguir su sueño de una maestría en arquitectura y llegar a Italia. Como nos decía cuando era pequeño: “Cuando sea arquitecto en Italia, les voy a hacer una casa allá para que trabajen en el ‘Italia Times’”.

Nuestro hijo es otro. No le ha sido fácil, pero con la ayuda profesional, las tutorías y la paciencia y el amor de sus padres y su coraje y terquedad y la pastilla que tanto defiende –que le despierta la atención, pero le quita el hambre- ha logrado lo que nos parecía inalcanzable hace sólo unos meses.

A semanas para que termine el semestre celebramos sus notas. Bueno, no sus notas para ser sinceros. Más que eso su esfuerzo. En eso de “nadar contra la corriente” se graduará el año que viene “Magna Cum Laude”.

Hoy, nuestro hijo, -el del medio- tiene esperanzas y ve claramente su futuro. Ha visto sus mejores notas y las universidades de Estados Unidos. Acaba de escribir: “Ojalá, todos mis días sean como éste... Aprendí que es verdad que cuando uno se propone algo lo cumple. Sé feliz, aprecia lo que eres y lo que tienes y verás que la vida te irá devolviendo la sonrisa que la mala suerte en algún momento, te quitó =)”

Lo veo claramente, señor arquitecto. Sé que lo harás. Si llegaste hasta aquí, sé que algún día lo harás. 



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