lunes, 3 de enero de 2011

VERGUENZA AJENA

Le pasó a mi hermana, la chiquita, la loca de la familia  y a mi hijo, el mayor, que estaba con ella.

Compartiendo los mismos genes para los malentendidos heredados de mi madre, que está mirando las raíces de la grama en un cementerio de Bayamón, bien pudo haberme pasado lo que aqui relato. Les hago el cuento, como me lo contaron en la fiesta de Despedida de Año, cuando por poco me hacen convulsar.

Sucede que a mediados de diciembre  ella se llevó al de casa a Disney World. Como ustedes saben, las filas de las atracciones son en serpentina, de ésas que te brindan la ilusión de que se avanza, pero que si pusieran a la gente en línea recta, le daría tres veces la vuelta al planeta.


Los que han ido, saben que los minusválidos -y los carifrescos que se hacen para pasar con todo el familión de aprovechados-  tienen su fila aparte. Pues bien, estaban ellos en una de esas filas cuando se toparon con una señora en una de esas sillas motorizadas… Nunca me lo dijeron, pero me la imagino casi como la de la foto, jincha, regordeta,  sweater rojo rojisimo  y  un gorro de Santa. Mejor aún, una diadema de cuernos con cascabeles a lo Rudolph. Como digo, me la imagino. Que conste, no es la de la foto, que, confieso, ha sido alterada. 

Pues bien, la señora hizo la fila serpentina en su  sillón de ruedas motorizado, en el que demostró la poca práctica que tenía para ello. En cada curva, le daba con la palanca del manubrio pa’lante y pa’tras, pa’lante y pa’tras, pa’lante y pa’tras hasta que avanzaba a la otra curva con el mismo cuento, amenazando con tumbar más de uno de esos postes metálicos, que se quedan con el interior del banco cuando se caen. Supongo que llamó la atención de los de la fila, y motivando cuchicheos y molestias a los que coincidían con ella en las curvas, llevando a más de uno a guardar distancia, pero al parecer nadie la alertó de que podía avanzar  por la fila expreso.


“La señora hizo la fila serpentina en su sillón de ruedas motorizado, en el que demostró la poca práctica que tenia para ello. En cada curva le daba pa'lante y pa'trás, pa'lante y pa'trás, pa'lante y pa'trás" 

Pues bien, tarde o temprano tenía que toparse con los Rosario. En un intento por excusarse trató de ser amable intercambiando un comentario en inglés con mi hermana y mi hijo, los que ya habían sufrido los estragos de las peripecias de la doña. La hija de mi madre –quisiera decir mi hermana de crianza- buscó traducir el comentario con algo así como que la doña le dijo:  “Acha, loca. Esto ta’ cabr…”.

A mala hora intercambió miradas con mi hijo. A los Rosario-Pagán no le hacen falta palabras para comunicarse y a ellos que ya se habían imaginado a la doña cayendo sin control en el carro desde la fila al lago de la atracción, les dio pavera -a lo boricua-  delante de la señora, quien “indisgustada” (como decía alguien), poco  le faltó para   chillar las gomas al  alejarse de ellos.

Me imagino a mi sobrino, testigo del  momento y a quien para algo le han servido las clases de inglés en el Menonita, cuando con cierta vergüenza les dijo por lo bajo: “¿De qué se ríen?  ¿No entendieron lo que ella les dijo?...” "Y qué fue lo que dijo”, preguntaron, según me contaban esa noche por turnos con los ojos llorosos de tanto reírse.

“Que la disculparan, que ella no tenía mucha experiencia con el carro, pero que era eso o que le amputaran  las piernas!!!!”

!Upps, eso me pudo haber pasado a mí!