lunes, 21 de marzo de 2011

COMO ALARMA EN LO MEJOR DEL SUEñO

Hoy pasé frente a la oficina del Cirujano Plástico, ése que tiene un anuncio de cuerpos en traje de baño en la pared exterior del edificio, que es visible en toda la ataponada avenida…

Negocio redondo, hay que reconocerlo. Redondo… como el fruto más reconocido de su esfuerzo. O sea, que las corta, las estira, las opera, las agranda y encima de todo, les vende la línea de trajes de baño para que las luzcan. Me quito el sombrero ante semejante mercadeo. Como el 'racket' de las floristerías al lado de las funerarias.

Creo que ése es el yerno de una ex jefa que tuve. Ella, la hija de mi ex jefa tendría poco más de 30 años cuando la conocí. Ahora estará en sus 50, pero se ve de 25, según pude ver en la revista Magacín del dominical. Por cierto, que parece hermana de su hija, la actriz, que tendrá garantía de edad aparente de por vida. Ser la esposa del cirujano plástico desafía todas las leyes de la matemática.... Y de la gravedad, que no se olvide.

Bueno, pero no es de ella que vengo a hablar aquí.

El cuento es que por asuntos del trabajo de mi esposa, hace años la acompañé a esa oficina médica con los nenes, que estaban chiquitos.

Eran las cuatro de la tarde y aquella sala de espera estaba llena, pero daba gusto estar. Allí no había ni viejitas, ni achaques, ni mucho menos andadores, muletas, ni quejidos de dolamas…  En los estantes de la oficina -magistralmente decorada, por cierto- no se veían revistas viejas con las primeras páginas arrancadas y mucho menos tenías de frente a alguien mirándote fijamente para buscarte conversación y en el primer cruce de miradas contarte su vida y milagro y cuán grande es el tajo que le hizo el médico. A aquellas mujeres de la sala de espera no les dolía ni una uña.

Al otro extremo de la sala, entre todas las pacientes, divisamos a una de piel tostada por el sol, de lo más picoreta. Se le salía lo extrovertido por los poros. Toda una Chica Gap. La combinación clásica de cabellera con ‘jailaits’, blusa blanca escotada, mahones ceñidos en azul claro, y unas tacas perfectamente combinadas con la cartera de marca. Con un marido, que imagino conservado en acondicionador de aire listo para el fin de semana, ya sea en el yate o en el campo de golf.



Mi esposa la miró y no dijo palabra. Nosotros los hombres nos basta una mirada por encima para estudiar el panorama. Las mujeres, no. Las mujeres miran de arriba abajo. Escudriñan, hurgan y estudian al detalle y podrán pasar años, pero se acuerdan todo lo que tenía puesto “el enemigo”.

La de casa disimulaba, parecía ocupada atendiendo los nenes que habían salido de la escuela y tenían hambre. Yo trataba de ayudarle con los nenes, pero el teleque estaba interesantísimo. Que si como las tenía, que si “la mano santa del doctor”, que si que te hizo a ti, que si cómo me quedaron y cosas por el estilo.

La de casa, empezó a hiperventilar, como hace en momentos en que alguien quiere llamar la atención a su lado. Se le abren los rotitos de la nariz cuando muestra esa impaciencia. Mira a la muchacha, atiende a los nenes. Me ajora para que la ayude. Y me saca de concentración de la conservación ajena que peligrosamente subía de tono. Aquellas mujeres parecían olvidarse de que habían hombres allí. O lo que es peor, acompañados de sus esposas. O con una esposa al lado y la retahíla de muchachos, que ya es mucho decir.

Los nenes seguían quejándose del hambre y ya nos preguntaban si había que esperar mucho… La de casa ya no disimulaba la impaciencia de la espera, moviéndose en un punto fijo hacia atrás y hacia delante. Yo la miraba de reojo, porque evidentemente estaba molesta con la ‘recatada’ conversación. Quise hacer un chiste, pero hay veces en que conviene no echarle leña al fuego y quedarse callado y no coger a broma el momento con comentarios de humor negro ni cosas así.

Hasta que la “colorá”, sin encomendarse a nadie, en un gesto desinteresado y encomiable se dispuso a abrir su chaqueta para asomar un poco sus alegres y rebosantes "primas", al  tiempo que soltó un: “miren cómo me quedaron…”  Eso, por su alguna duda había de que queria llamar la atención. Fue justo en ese segundo de mi vida en que los nenes se volvieron a quejar de que tenían hambre.

La asomada de tetas fue la gota que colmó la copa. Ni siquiera pude compartir la alegría y la satisfacción de ver un trabajo bien hecho... aunque sea de lejos.

Cuando me vine a dar cuenta, casi de un salto, la de casa estaba en la puerta de salida cartera al hombro y con los nenes agarrados a cada mano y desde allí me dijo con tono irónico de: “¿Y qué…? ¿Te piensas quedar?”.

“Muévete y vámonos, que esto no era...”

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