domingo, 12 de diciembre de 2010

RETRATOS EN EL 'TAPON' DE LAS SEIS

Son la seis y el tapón está tranca’o, endiabla’o. Lo que se dice: enco… cora’o.

Asomo la cabeza para ver qué se ve allá alante. Es antes de la luz, después fluye el tráfico. Al menos parece que el tapón es corto, pero las maldiciones, los gestos de impaciencia  y los bocinazos lo hacen verse sabroso.

Qué pasa allá alante. Que el semáforo no tiene luz. O, si se puede decir así, tiene luz negra, que alguna vez fue verde de la que alegra, o amarilla de la que incita, o roja de la que se come….

Mira a ver qué se ve... !Que se jorobó la pita! Que el semáforo no funciona, como no funciona el país, como no funciona el gobierno, como no funciono yo con hambre. Hambre de las seis de la tarde.

Se avanza de a poco… Acelerador, freno, acelerador.

Me entretengo mirando para los lados para matar el ocio que me mata. A mi derecha, un chamaco con cara de “me llevo al mundo por delante”, se impacienta reclinado en el asiento. Más tira’o que ya tú sabes, en ese asiento que es caucho de urgencia para el “kuiki” con una “gata” en noche de fin de semana. Lleva recorte corto de “caco” en perfecto cuadre arriba de la frente y un rabito rubio, de esos que enervan la sangre y que dan deseos de coger una tijera y… 

Coincidimos carro a carro frente a la escuela, la que seguramente está a punto de desertar, si ya no lo ha hecho, vaciando sus bolsillos llenos de "D" y "F" y llenándolos del dinero fácil.

Me observa con gesto de “qué miras” mientras al compás de la música (¿dije, música?) mueve el cuello pa’lante y pa’trás, pa’lante y pa’trás, siguiéndole el ritmo al estruendoso bajo de la bocina montada en una caja de madera, puesta en donde alguna vez hubo un asiento trasero.  La estrecha carretera vibraba y los cristales de los negocios estaban a punto de resquebrajarse con el bommm, bommm, bummm….. bom, bom, bom, bom, bom, bummm… del maldito woofer.

Qué se ve allá alante. Qué se ve. Que una motora de la División de Tránsito pasa por el lado zigzagueando.


!Ahora sí que se fastidió esto!, me digo.  Si usted quiere montar un tapón bien monta'o, ponga un policía en la intersección. “Mira este condena’o lo que va a hacer. Pai, cómo te vas a meter si no cabes… que me vas a guayar el carro so canto ’e…”  La prieta de otro carro, de pecho abundante, con más cadenas que un estacionamiento y con actitud de “ay deja eso” casi se come al del Mitsubishi que se pasó los reclamos de la conductora por donde no le daba el sol.

Burda chicletómana la prieta parejera esa. Manía que le deja ver un diente de oro. Jamás vi un espécimen femenino con un diente de oro, que casi le hace juego con el arreglo de uñas de gusto vietnamita… Aquello sí que hacía que la espera del tapón valiera  la pena… Aquello, y el sombrero de Santa, que casi se le cae por la ventana al darle sin mirar atrás un manoplazo al nene con dientes "cómeme", que lloraba para salir del asiento protector, sancochado del calor. (Siempre me he preguntado cómo las mamás tienen esa puntería de dar sin mirar y nunca fallar el golpe…)



“‘Baja la palanca y endereza…’, escucho el son de moda que se repite en mi mente hace ratito.  Freno. Le doy pa’lante. Freno. Le doy pa’lante. Acelerador. Y de primera a neutro. Cloche, acelerador, cloche. 

Mira a ver qué se ve, qué se ve allá alante.

“Baja la palanca y endereza…”, escucho el son de moda que se repite en mi mente hace ratito.  Freno. Le doy pa’lante. Freno. Le doy pa’lante. Acelerador. Y de primera a neutro. Cloche, acelerador, cloche.

A la entrada de la barriada, entre el bar de mala muerte y la frutera, varios hombres aguantan la pared con la espalda y el pie, indiferentes al tráfico que pasa. Parroquianos le dicen, cerveza en una mano, la otra libre para el gesticuleo. Hasta acá escucho el eructo encocacolizado de uno de ellos, justo cuando paso por el lado. "!Puerco!", le dicen a coro, huyendo del hedor del ácido putrefacto que hace romper el corillo.
Ya estamos ahí, cerca del semáforo. Pero los del frente ajoran al guardia con los bocinazos y el agente, que no tiene dudas en demostrar que los tiene de chocolate, entonces lo coge suave y pretende hacer pasar de un sopetón por aquella intersección a la mitad del país que a esa hora va en tránsito de este a oeste. Vamos a ver quién manda aquí, nos dice en su mensaje el agente.

Para alivio del nene imprudente del asiento protector, la molleta del Toyotita con las ventanas abajo dirige su coraje hacia el guardia y no tiene reparos en vociferar a los cuatro vientos para defecarse, evacuarse, “hacer una criolla” en la madre que parió al policía, que –en eso le doy la razón a la prieta zafia- lo que ha hecho es cagarla bien  cagá.

Ese sol de las seis no es el de mediodía, que tampoco es cáscara de coco, pero el de la tarde ciega a cualquiera.

Qué se ve, qué se ve. Que si el guardia no escucha a la prieta, vamos a pasar en el próximo turno.

Fue justo en ese momento en que me percato que el carro del frente, tiene un libro grande abierto sobre el espaldar del asiento trasero. Con la Biblia hemos topado. Al pasarle por el lado, noto que tiene en cada una de las ventanas traseras unos rótulos de “Se Vende” con un mensaje escrito en el reverso blanco, que es el que expone a la vista de todos.

Qué diablos es lo que dice ahí… ¿Leí bien? No puede ser, que no puedo acercarme más y se aleja y me quedo con la duda…

Qué se ve, qué se ve. Un carajo que nada clarito es lo que se ve.

Pero si es lo que yo creo que leí en el cartel, conozco a alguna que otra que se canta soltera y buscando, que respondería al aviso.

Pero no, tengo que haber leído mal, porque ese libro abierto definitivamente no es una guía telefónica de esas gordas del área metro… y un religioso no va a escribir eso. Ni siquiera pagó por las cuatro líneas de clasificado en un periódico, sino que encima se pasea con su anuncio y deja ver su cara, la que nunca pude ver. Ese tipo es de “usted  y tenga” y si no es pastor al menos es de los que coge el micrófono  en la marquesina de la  hermana fundamentalista de la otra calle y sin encomendarse a nadie dispara versículos al aire a todos los decibeles del mundo, mientras uno está en la tranquilidad de su casa tratando de escuchar lo que tiene que decir La Comay. ¡Que ya no hay respeto, no señor!

Digo, si lo que leí fue lo que entendí, hay que ser bien carifresco… o estar desesperado. ¿Dónde está el recato, la compostura? Ay Señor, líbrame de tener que llegar a eso algún día…

Avanzo. Me le pego al carro del frente como si con eso pudiera enfocar mejor para corroborar. Vano esfuerzo. Sólo le veo el perfil de su cara desde mi perspectiva  diagonal trasera.

Es más, me ha dado ideas. Voy a comprar una cartulina y pegar en el cristal trasero de mi carro un cartel que lea: “Busco quien me regale un televisor con seis gafas 3D. Para detalles, llamar al… Y no importa la hora”.

El policía nos manda a avanzar y arrancamos.  No nos lo llevamos por el medio, por milagro de Dios.

El de woofer, le sacó el “deo”. La prieta casi me deja ciego con su diente refulgente cuando le mentó la madre al agente. Y yo, justo frente al guardia saco el brazo por la ventana le doy clic a la cámara del celular para retratar el cartel del cristal del carro del lado y … ¡Te tengo, quedaste exacto!  Y es que si no lo hago, no me lo van a creer. Era ahora o nunca, aunque me llevara al guardia arrolla’o.

El colmo del desesperado. Definitivamente, este país es la Changa Maximina.




© Derechos Reservados Carlos Rubén Rosario 2010

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