domingo, 12 de diciembre de 2010

DE 'SANGUIVIN' Y OTRAS PAVERAS

Mi primer recuerdo del Día de Acción de Gracias se remonta a cuando la maestra ponía una lámina de un pavo en la pared principal y en la puerta del salón. En esos días la maestra nos ponía a dibujar el susodicho pavo poniendo cada cual la mano abierta sobre una hoja de papel de examen, amarillenta y vieja, y pasando el lápiz por los contornos de la mano. La forma del dedo pulgar, era la cabeza del pavo y los cuatro dedos restantes formaban su plumaje. Hecho esto, lo que restaba era hacerle las patas y pintarlo de muchos colores….

Pero en aquellos tiempos de escuela elemental, la mayoría de nosotros jamás había visto uno, ni vivo ni mucho menos sobre la mesa del comedor. En el día de Acción de Gracias , como en todos los días, en casa se comía arroz y habichuelas con huevo frito, o algún pedazo de carne si mami recién había cobrado.

Con el regreso de mi padre a casa en mi adolescencia y las compras de supermercado en la base naval, en casa supimos lo que era un pavo, como Dios manda. Y si en algo mi padre era un ‘master’, era en adobar carnes y darle jugosidad al pavo más seco.

¿A quién no le ha pasado alguna barrabasada preparando la cena de Acción de Gracias? Hace un tiempo mi hermano invitó a toda la familia a su apartamento en el piso superior de un condominio. La vista hermosísima de la ciudad fue todo lo que comimos esa noche en que el pavo brilló por su ausencia. Sucede que le habían dado hasta las ocho de la noche para recoger el pavo de la panadería en donde lo horneaban. Se entretuvo hablando con toda la familia, alegre de vernos en su estrenado apartamento y cuando al fin fue, una hora antes del cierre, ya habían cerrado la panaderia con su pavo mandado a hornear. En otra ocasión, recuerdo vagamente estar ante un pavo al que hornearon con todo y la bolsa plástica adentro conteniendo sus órganos internos, según lo compraron en el supermercado. Supongo que el trauma fue tal que he borrado otros detalles de dónde fue que viví esa malograda cena.

Caso aparte era mi suegra, madrugadora empedernida, esmerada anfitriona pero sin la más mínima noción del tiempo, quien nos llamaba desde las nueve de la mañana para que fuéramos a comer, porque ya a esa hora tenía listo el pavo.

En casa, son mi esposa y mi hijo mayor los que tienen el arte de la cocina: no sé qué es mejor, si el pavo que hace mi esposa o el pollo relleno que hornea mi hijo. Si los sabores se pudieran describir en palabras… Ojalá pudiera describirlos. Sin embargo, hay ocasiones en que he preferido decir “Que mejor para celebrar el Día del Pavo que con un buen plato de lechón” y voy a Guavate a media mañana para llevar a casa un almuerzo pre-navideño, a tiempo para ver la transmisión del desfile de Macy's.

Nada como estar en casa un día de Acción de Gracias, sentir el aroma que sale del horno mientras veo el desfile, no por los globos -que todos los años es lo mismo-, sino por los extractos de los musicales de Broadway. Y al final, con la carroza de Santa Claus sentir que llegó oficialmente la Navidad.

Después de veinte años diciendo lo mismo, ya me da pena desilusionarlos. Y no puedo evitar decir a la familia, mientras estoy 'pegao' al televisor,  lo que se ha convertido en la letanía de cada día de Acción de Gracias: “El año que viene nos vamos pa’ Nueva York!”. Nunca lo hacemos, pero decirlo ya es tradición y esperan que lo diga.

La única vez que pudimos hacerlo fue al año siguiente del ataque a las torres gemelas. Como siempre, nuestra puntería para el ridículo es envidiable. Por cuestión de seguridad, tenían a un público seleccionado para ver el desfile y a nosotros, los trigueños de cejas pobladas y barba (como si yo pareciera árabe) con esposas malhumoradas y muchachos imprudentes, nos mantuvieron a raya en un perímetro de dos esquinas de la ruta del desfile… Lo más que pudimos ver fue la cabeza, el lomo y el rabo del globo rojo del perro Clifford a su paso por entre dos edificios a casi un kilómetro de distancia.


Como todos los años, en esta ocasión siempre habrá uno a la mesa que no espera por la oración ante la comida, esa que está ausente -como todos los días-, pero hay que decirla porque esa es la tradición.


Ese día rezaremos, guste o no a los desesperados. Y lo haremos en Acción de Gracias, como hacen los bebés  que dan gracias a la vida al llenar de aire sus pulmones con el llanto al momento de nacer… Y en familia daremos gracias por todo: por el privilegio de vivir, por estar juntos en la mesa y porque no hayan cerrado la panadería aun con el pavo adentro.



© Derechos Reservados Carlos Rubén Rosario 2010

No hay comentarios: